Las cosechas de hoy en día demandan más recursos que nunca en todo lo relacionado con al agua de riego, fertilizantes y productos de protección para la planta. La razón fundamental es que gran parte de nuestro cultivo está concentrado en intervalos de tiempo relativamente cortos, lo que no permite que las cosechas alcancen un equilibrio ecológico.
Además, comienza a haber una conciencia de que este modo de cultivo no es respetuoso con el medio ambiente ya que está perjudicando los sistemas naturales de nuestro planeta de muchas maneras. Sin embargo, nos hemos hecho dependientes de estas cosechas tan productivas y tan exigentes, y la razón de ello es que somos muchas bocas que alimentar, demanda que no dejará de ir en aumento ya que no se espera un decrecimiento de la población humana.
A pesar de ello, no estamos precisamente preocupados con el destino de la humanidad o con cómo podemos evitar la catástrofe, sino que nos limitamos a discutir sobre la forma de prolongar nuestra existencia. Este artículo trata sobre un camino muy interesante a seguir para reducir los recursos que necesitan las cosechas sin perder mucha productividad en términos de rendimiento. Este método igualmente podría beneficiar a nuestro planeta, ya que cambiaría drásticamente el modo en que cultivamos nuestras cosechas.
Presagio de una revolución en el cultivo
La agricultura es, sin duda, la mayor invención del hombre desde el descubrimiento del fuego y, al igual que el fuego, la agricultura ha cambiado nuestras vidas más allá de cualquier predicción. Antes de existir la agricultura, el hombre era nómada, recolector de comida y otros materiales derivados de animales y plantas, pero con la introducción de la esta, comenzamos a establecieron asentamientos con cierto carácter de permanencia. Los primeros granjeros seleccionaron los mejores animales y plantas para su reproducción, y es por ello que el concepto de reproducción esté íntimamente ligado al de agricultura.
El desarrollo de cosechas con alto contenido energético, como los cereales (ej. arroz, maíz) o los tubérculos (ej. patatas, batatas), favoreció el crecimiento de grandes ciudades y complejas civilizaciones. Fue entonces cuando la “historia” realmente se puso en marcha, ya que comenzamos a poder dejar constancia escrita de ello.
Durante milenios, generaciones de granjeros han desarrollado las cosechas que conocemos hoy en día, pero ha sido en los últimos cientos de años cuando se han producido un gran número de cambios, entre ellos, la llegada de nuevas especies de otros continentes. Asimismo, el monocultivo se hizo posible gracias a la mecanización, los fertilizantes químicos y los pesticidas, lo que ha dado lugar a mayores rendimientos. En los últimos cincuenta años, con el cultivo sin suelo y el control de la temperatura y la iluminación en los invernaderos, tanto los insumos como los rendimientos han aumentado más aun.
Hoy en día, al igual que en los albores de la agricultura, aquellos que se dedican al cultivo de plantas se encuentran en continua búsqueda de especímenes que puedan crecer rápidamente y producir un gran rendimiento. No sólo resulta eficiente cultivar con un ciclo corto de cultivo, sino que el cultivo es muchísimo más rápido con estos especímenes. Teniendo esto en cuenta, es lógico que muchas de las cosechas actuales, y especialmente las de alto contenido energético de las cuales dependemos tanto, sean todas cosechas con un ciclo corto de cultivo; estas cosechas tienen uno o más ciclos de vida por año y se enmarcan dentro de la agricultura convencional. Sin embargo, la mayoría de las plantas en la naturaleza son perennes, de modo que es únicamente en la agricultura donde dejan de serlo.
Hace treinta años, el hombre dio otro gran paso adelante cuando hizo posible la transferencia de información genética de un organismo a otro. De repente, no sólo podíamos modificar el código genético de un organismo (utilizando incluso código genético de otras especies), sino que también podíamos leerlo. Ser capaces de leer el código genético significaba que ya no volveríamos a tener que cultivar interminables generaciones para seleccionar las características que quisiésemos.
Ahora, si el código genético de la característica deseada es conocido, un productor puede preseleccionar las plantas candidatas para ese gen, de este modo podemos ahorrar mucho tiempo y sólo necesitamos cultivar unas pocas plantas en lugar de cientos de ellas, así el productor puede filtrar más plantas según las características de estas. Utilizando estos métodos los productores pueden alcanzar resultados más rápidamente, lo que ha facilitado que la agricultura de conservación haya cobrado un carácter más práctico en la agricultura. Hasta muy recientemente, todo esto no era más que una teoría debido al elevado coste de la secuenciación del ADN, sin embargo, hoy en día la secuenciación del ADN es una herramienta estándar que todas las empresas de fitomejoramiento se pueden permitir.
¿Cuáles son los beneficios de la agricultura de conservación frente a la agricultura convencional? La agricultura de conservación no requiere de tantos insumos como la convencional, lo que es debido a varios factores, uno de ellos es que después del primer año la cosecha ya se ha establecido y, a partir de ese momento, las plantas únicamente necesitan energía para mantenerse y crecer de nuevo tras un periodo de frío o sequía, de modo que el granjero no necesitará arar la tierra y sembrar de nuevo.
El suelo permanece cubierto de restos de la última cosecha durante el invierno para prevenir su erosión. Además, las raíces de este tipo de cultivo resultan mejores para evitar que sustancias como el nitrógeno contaminen el agua subterránea y reducen la necesidad de riego durante el verano. Hay muchos equívocos y prejuicios con respecto a este tipo de cultivo del futuro. Se le compara frecuentemente con la agricultura convencional, siendo una objeción recurrente el que la agricultura de conservación suponga un problema para la rotación de cosechas, porque estas permanezcan durante más de un año en un mismo lugar y, debido a ello, las plagas y enfermedades se convierten en una mayor amenaza.
Esto ciertamente ocurre cuando una cosecha es cultivada año tras año en el mismo espacio de tierra -las investigaciones han demostrado que durante los primeros años aparecerán enfermedades-, sin embargo, transcurrida una década, el suelo alcanza el equilibrio, lo que significa que especies oportunistas como las hierbas y muchos patógenos no serán capaces de invadir de nuevo ese espacio tan fácilmente, quedando la cosecha libre de problemas relacionados con el suelo. Debido al hecho de que la agricultura de conservación no abre su puerta a estos oportunistas cada año, un estado de equilibrio es más rápidamente alcanzado, de hecho, la idea de este nuevo tipo de cultivo es muy similar al concepto de pasto permanente, el que, en comparación con el cultivo convencional de cereales, apenas padece este tipo de problemas.
Si pudiésemos reemplazar nuestros principales cultivos convencionales con una agricultura de conservación que mantuviese el mismo rendimiento, nos supondría un gran ahorro y, al mismo tiempo, estaríamos practicando una agricultura más respetuosa con el medio ambiente, sin embargo, no hay duda de que el ser humano buscará el modo de obtener mayores ganancias aun. Otra característica de este modelo de agricultura es que los cultivos disfrutan de un mejor desarrollo que las cosechas convencionales en circunstancias que distan de ser óptimas, lo que supone que puedan desarrollarse en lugares donde no es posible su cultivo actualmente.
Parece ser que la idea de reemplazar la agricultura convencional con la de conservación será próximamente una realidad. Los análogos de conservación del cultivo convencional que conocemos existen aun en la naturaleza. Además, los primeros programas de fitocultivo para reemplazar la agricultura convencional de trigo y arroz con alternativas de conservación han comenzado, situándonos ya en pleno proceso de creación de estas nuevas cosechas con una nueva tecnología que nos debería permitir resumir miles de años de cultivo en el transcurso de una sola vida.
Y, si eres escéptico con respecto a si es posible encontrar suficientes de estas variantes perennes, te sorprenderá saber que algunas cosechas son cultivadas por el método convencional, cuando, en realidad se trata de cosechas aptas para el cultivo de conservación. Ejemplos de tales cosechas son el broccoli, los cebollinos, los tomates, las berenjenas, los pimientos y las guindillas. No son sólo cosechas alimenticias las que se encuentran en esta categoría, sino también algunas que tienen alto valor como producto no alimenticio.
La humanidad está tan habituada a la agricultura convencional que, con frecuencia, los beneficios de la de conservación son pasados por alto. Pero lo cierto es que para maximizar estos beneficios deberíamos cambiar drásticamente el modo en que cultivamos. Técnicamente, la reproducción de nuevas cosechas de conservación o la creación de nuevos sistemas para estas no supone tal reto y, por otro lado, quedándonos de brazos cruzados y continuando con el mismo modo de cultivo que hasta ahora supone significativos inconvenientes, considerando que una inversión en el desarrollo de nuevos métodos de cultivo podría reportar notables beneficios.